José Francisco Sánchez
cuenta con detalle y con documentos en el libro Miguel Delibes, periodista (Destino,
1989) estas y otras valentías, así como los enfrentamientos que el entonces
director de El Norte sostuvo con los sucesivos ministros de Información,
entre ellos Manuel Fraga.
Y no hay que olvidar
que en aquel tiempo los directores de periódico dependían de la Dirección
General de Prensa, ni que la censura vigilaba cada rincón de una página.
Delibes no pudo mantener por más tiempo su pulso con el Gobierno y se refugió
de lleno en la literatura. Los censores acabaron, pues, escribiendo derecho con
renglones torcidos, porque el novelista que ya había ganado el premio Nadal
(1948) se adentró aún más en los problemas y en las gentes, y halló un lenguaje
y un sentido que se hizo universal, y vadeó así las tijeras represoras para dar
a luz Las ratas o Viejas historias de Castilla la Vieja... Y al
final su talento y sus novelas alcanzaron un efecto todavía mayor que sus
censurados criterios periodísticos.
Álex GRIJELMO
Elogio de la lectura y la ficción
Sin las ficciones seríamos menos conscientes
de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en
que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una
religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de
la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión,
pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de
los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de
censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores
independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la
imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones
cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce,
con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o
no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la
insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la
fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa
raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más
difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles
creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre
gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por
debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos
separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se
encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú.
Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y
Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan
Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un
matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro
Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a
Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba,
kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad
humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la
ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Mario Vargas Llosa
El castellano nació en Burgos
El primer testimonio escrito del castellano
retrocede dos siglos atrás en el tiempo, del XI al IX, y viaja de La Rioja a
Castilla y León. Así lo demuestra un estudio sobre los manuscritos de Santa
María de Valpuesta (Burgos), que cuenta con la bendición de la Real Academia
Española (RAE) y que, en la práctica, dinamita el ya cuestionado mito de las
Glosas Emilianenses como primer texto y San Millán de la Cogolla (Rioja) como
cuna del castellano.
La investigación acredita que en este
monasterio de Valpuesta, a noventa kilómetros de la capital burgalesa, se
encontraron los documentos más antiguos (del siglo IX) que incluyen términos en
castellano, en oraciones en las que el latín iba desapareciendo y se apreciaba
el orden lógico del nuevo idioma. Estos escritos eran conocidos como Cartulario
de Valpuesta y el historiador clásico y de referencia de la lengua, Ramón
Menéndez Pidal, ya los mencionaba en su estudio Orígenes del Español.
Sin embargo, la presencia de falsificaciones entre los más antiguos, con las
que los monjes simulaban tener privilegios reales que, en verdad, nunca les
habían sido dados, hizo que los estudiosos miraran con desconfianza todo el
conjunto de legajos.
Ahora filólogos y paleógrafos del Instituto
Castellano y Leonés de la Lengua han apartado las falsificaciones –tres en
total– y han acreditado la validez de los 184 documentos restantes. La RAE ha
coeditado en dos lujosos volúmenes, Los becerros góticos y Galicano de
Valpuesta, que recoge el estudio, con una tirada de 2.500 ejemplares. La
presentación tendrá lugar el próximo 12 de noviembre en la sede de la Academia
en Madrid. Su vicedirector, José A. Pascual, da por seguro en el prólogo «el
consenso entre filólogos e historiadores, en cuanto a que acerca mucho el
trabajo a lo que se entiende por definitivo».
Los fondos de Valpuesta constan de ocho
documentos del siglo IX, treinta y nueve del X, cuarenta y nueve fechados en el
XI, noventa en el XII y uno del XIII, y consisten, sobre todo, en escritos que
registran donaciones de bienes materiales (ganado, tierras o enseres) de
particulares al monasterio a cambio de bienes espirituales como un entierro en
su suelo o misas en su memoria. Los escribientes de aquella época intentaban
plasmar los acuerdos en latín.
Pero Gonzalo Santonja, director del Instituto
Castellano y Leonés de la Lengua y filólogo, señala que ese latín «estaba tan
alejado de la rectitud, presentaba un estado tan evolucionado o corrompido»
que, asegura, «se puede concluir que la lengua de los becerros de Valpuesta es
una lengua latina asaltada por una lengua viva, de la calle y que se cuela en
estos escritos».
El hallazgo tiene
repercusiones políticas y académicas. Valpuesta adquiere una nueva dimensión
legitimadora para Castilla y León, comunidad invitada este año en la
prestigiosa Feria del Libro de Guadalajara y a ella asiste como lugar de origen
de la lengua común. Un título que todavía ostenta La Rioja gracias a las
anotaciones manuscritas de San Millán de la Cogolla en las que se halló el
considerado hasta hoy como primer testimonio del romance hispánico.
La
lengua polifónica
La anciana está tejiendo en un pequeño telar,
sentada en una sillita, en uno de los extremos del enorme bohío de suelo de madera
brillante –al parecer, el salón de baile de la pequeña localidad inmersa en la
frondosa selva– en una de las orillas del canal, o mejor los canales, del
Tortuguero, en Costa Rica. De esto hace más de veinte años. Es uno de mis
primeros viajes a la América que habla español, y estoy charlando con esa
mujer, que me cuenta algunas cosas a propósito del lugar, de los huevos de
tortuga, tan sabrosos, de los pequeños caimanes que llevan a su cría sobre el
lomo, de los monos aulladores, del tráfico fluvial que convierte los canales en
imprescindibles vías de comunicación.
Me sorprende su español, en el que la riqueza
léxica muestra palabras para mí castizas, y hasta arcaicas –me trata de vos–
junto a otros vocablos cuyo sentido tengo que adivinar –llama lagartos a los
pequeños caimanes– igual que me sorprende la música que hace resonar su
discurso, el modo de pronunciar las erres, las cadencias del fraseo. El
momento, el esplendor solar convertido en una luz suave gracias al gigantesco
arbolado y remansado en la solemne penumbra del bohío, la humedad que enaltece
los aromas, quedan en mi recuerdo envolviendo ese español nuevo, diferente, que
fluye de la boca de la mujer.
Ya por entonces, tanto en España como en
América, he escuchado hablar mi lengua con otros tonos, y me he encontrado con
vocablos desconocidos y estructuras lingüísticas extrañas a las de mi
costumbre, sin detenerme a reflexionar sobre ello; pero es ahora, conversando
con esta anciana, cuando se me revela que lo que ella habla no es un español
secundario, alterado por la distancia de un supuesto núcleo canónico, sino mi
propio español, mi lengua segura, aunque con otra melodía y algunos rasgos que,
en la diferencia, muestran precisamente su personalidad y su autenticidad.
En la época de la que hablo he leído con
atención y gusto a los escritores de lo que conocimos como boom latinoamericano
–varios acabarán convirtiéndose en clásicos vivos de nuestro idioma– y he
advertido las peculiaridades que le dan a su prosa su inconfundible identidad.
Pero es a través de las palabras de esta mujer del pueblo cuando comprendo que
mi lengua ya no tiene un único lugar de referencia, que puede ser la misma y
presentar otra melodía, e incluso un léxico donde convivan pacíficamente lo
habitual y lo ajeno, en tierras para mí muy lejanas. […]
Con los años he recorrido muchos lugares de
Iberoamérica, he vuelto a tener gustosas conversaciones con hablantes
populares, y me sigue asombrando, con el deleite de compartir lo más hondo de
ese patrimonio, la variedad de registros melódicos y la riqueza de los
vocabularios. Los hispanohablantes nunca seremos capaces de abarcar todas las
músicas de nuestro idioma, ni todo el léxico que lo enriquece. La fragmentación
comunitaria ha favorecido la existencia de muchos reductos regionales, y en
ellos surgen espacios verbales donde la intimidad, la familiaridad, ofrecen
nuevos registros de un al parecer infinito panorama de modulaciones del
español.
Es una fecunda historia de hibridaciones, que
van haciendo nacer nuevos retoños sobre el tronco firme de unas estructuras
lingüísticas compartidas por todos. Por eso me gusta referirme a las melodías y
los frutos de nuestra lengua. Hoy ya nadie puede presumir de hablar eso que
antes se llamaba "el mejor español", porque el mejor español, ya
polifónico, está disperso por el ancho mundo.
José María Merino
Cuando
en el año de 1968 arreciaban los vientos de la literatura críptica crecida al
amparo de la Nueva Novela francesa y de los últimos codazos de la literatura
del absurdo, un escritor y periodista colombiano lograba poner patas arriba la
narrativa en lengua española con una novela que venía a recompensar a los
pacientes lectores por tanto texto incomprensible y estomagante como habían
debido tragar hasta entonces.
Cien años de soledad anunciaba el regreso
de la literatura narrativa, era la apoteosis del arte de contar historias, unas
historias tremendas y abracadabrantes en las que había personajes, como
Remedios la bella, que ascendían en vida a los cielos, cual si fueran la
Virgen, o en la que la sangre de un asesinado se echaba a correr por las
calles, como dotada de vida propia, remontando cuestas y muros, para ir a dar
cuenta de esa muerte.
La descripción exuberante del mundo rural de
la costa colombiana se convertía en una metáfora de una relación del hombre con
el mundo cifrada todavía en clave de leyenda, de mito. La literatura
latinoamericana se convertía en buque insignia de la literatura en lengua
española y, gracias a ella, los lectores de España nos reencontrábamos con
nuestra propia tradición literaria. Porque en la prosa de Gabriel García
Márquez, además de la musicalidad del habla colombiana y de la presencia de una
naturaleza ubérrima y tremenda, late la antigua sabiduría del Siglo de Oro, su
música, su deslumbrante uso de la palabra.
Con Cien años de soledad se pusieron
en circulación dos conceptos que fueron acogidos con gran entusiasmo por la
totalidad de la crítica. El primero fue el de "literatura del boom",
que nombraba el conjunto de autores latinoamericanos que deslumbraban al mundo.
El segundo era el "realismo mágico", con el que se pretendía definir
la novedosa mezcla de fantasía y realismo que daba forma a buena parte de esa
literatura y, en especial, a la de Gabriel García Márquez.
Quizá el personaje de Cien años de soledad
que mejor representa esa extraña y fascinante mezcla sea el del gitano
Melquíades, quien traía las novedades del progreso a los asombrados
habitantes de Macondo.
Unas novedades que eran ya antiguallas, como
el imán, pero que sonaban a último grito en aquel mundo perdido, y que además
tenían siempre algo de prodigio sobrenatural. En el caso del imán, al
desenterrar y arrastrar con su poderosa e invisible fuerza las armaduras de los
antiguos conquistadores que hasta entonces habían permanecido sepultadas por el
tiempo.
La novela de Gabriel García Márquez levantó
en su momento recelos y envidias entre algunos escritores de España, pero a la
gran mayoría de sus lectores nos reconcilió con nuestra lengua y su prestigio
devolvió un indudable protagonismo internacional a la literatura escrita en
español. No es raro que fuera en la figura de su autor que se premiara con el
Premio Nobel aquel boom literario.
José M. Fajardo
La fuerza de las
palabras
Al margen de los
juegos de manipulación que tiran de ellas, que las tironean con intención de
cambiarlas, las palabras tienen una vida apasionante. Una vida que retiene las
huellas del pasado al tiempo que mira hacia el futuro,porque, aunque hay
palabras como nube, cielo, agua, mar, amor, vida, muerte, noche, día o luna
que parecen haberse mantenido inalterables a través de los siglos, lo
normal es que de vez en cuando el léxico nos recuerde que las lenguas viven en
un proceso de cambio que nunca acaba.
Cíclicamente y
empujados por estímulos variados, los hablantes necesitamos adoptar palabras
nuevas y crear o copiar otras. No hace tanto tiempo modas rabiosas, que luego
resultaron pasajeras, y adelantos técnicos modernísimos entonces nos trajeron
palabras como guateque, cuchipanda, elepé, pickup, aeroplano, tomavistas o
magnetófono, que hoy sirven para dar nombre a los recuerdos. Bastantes
años antes la moda de lo gitano popularizó chipén, postín, fetén y gachí
y, entre los nombres de las prendas de vestir, llegaron para quedarse
algunos anglicismos, como jersey, mientras pullover fue
languideciendo como ahora languidecen los galicismos petimetre, rendibú o
patatús.
La experiencia humana
está construida sobre palabras, pero solo algunas se perciben como propias, de
casa, de la infancia, de la juventud, de amigos, y las hay que envejecen unidas
al recuerdo de determinadas personas, a los afectos o a las circunstancias de
una época. Por eso, con los años, los hablantes adquieren conciencia de que
también por sus palabras ha pasado el tiempo, palabras con olor y sabor
especialmente pegadas a la tierra de origen. Y una lengua como el español, que
ha extendido sus palabras por el mundo y ha tomado muchas de las hablas y las
lenguas cercanas, se presta como pocas a desentrañar este tipo de afectividad
léxica, porque atesora palabras aragonesas como ababol 'amapola',
noroccidentales como apañar 'coger fruta', manchegas como cucar 'guiñar
un ojo', etcétera; muchas refugiadas en América, como chinela, frazada,
dulcería; en Andalucía, como alcaucil; en Canarias, como zorrocloco;
palabras que van y que vienen, como los cantes, para realimentar entre sí
las distintas variedades de español.
En los últimos años
muchas obras especializadas, entre ellas muy buenos diccionarios, se esfuerzan
en acercar el conocimiento del español a sus hablantes. Volver la vista sobre
cómo las palabras han pasado por sus vidas les da la posibilidad de reflexionar
sobre los cambios que su lengua ha experimentado en ese tiempo. También
constatar que no todo son palabras moribundas y olvidadas o palabras nuevas,
que las palabras tienen una capacidad insospechada de aumentar las
posibilidades con las que nacieron. Sabemos que históricamente la relación
entre palabra y cosa ha podido llegar a transformar en cotidiano algo que en
origen era casi mágico, por eso, por ejemplo, en España llamamos grifos a
las llaves de metal de las cañerías, por aquella antigua costumbre de hacerlas
en forma de animal que echaba agua por la boca... Grifo, del griego el
"animal fabuloso con forma de águila de medio cuerpo para arriba, y de
león de medio cuerpo para abajo". Y no hay más que ver con qué naturalidad
algunas palabras tradicionales –ratón, pantalla, navegar, colgar– han
ampliado su significado para adaptarlo a las más recientes necesidades
informáticas.
Pilar García Mouton
Unidad hispanoamericana
Frente a la diversidad
inevitable del habla popular y familiar, el habla culta de Hispanoamérica presenta
una asombrosa unidad con la de España, una unidad sin duda mayor que la del
inglés de los Estados Unidos o el portugués del Brasil con respecto a la
antigua metrópoli: unidad de estructura gramatical, unidad de medios
expresivos. Y en la medida en que la lengua es –según la fórmula de Guillermo
de Humboldt– el órgano generador del pensamiento, hay que admitir también una
unidad de mundo interior, una profunda comunidad espiritual. Si el hombre está
formado o conformado por la lengua, si la lengua es la sangre del espíritu, si
el espíritu está amueblado con los nombres infinitos del mundo, y esos nombres
están organizados en sistema –es decir, implican una concepción general, una
filosofía–, hay que admitir no solo una unidad de lengua hispánica, sino una
unidad sustancial de modos de ser. ¿No es esto lo que Ortega y Gasset llamaba
repertorio común de lo consabido? La unidad social –decía–, por encima
de las fronteras políticas, la da el conjunto de cosas consabidas, el tesoro
común de formas de vida pasadas que forman la inexorable estructura del hombre
hispánico.
Yo me inclino a creer
que esa unidad es mayor hoy que en 1810, cuando grandes porciones del
continente vivían
apartadas hasta de sus propias capitales. Pienso ahora en tres escritores
representativos: Alfonso Reyes, Mariano Picón-Salas, Jorge Luis Borges. Claro
que los personajes de Doña Bárbara o de Don Segundo Sombra o de Pedro
Páramo usan expresiones incomprensibles para el lector general. Pero
también las usan los personajes de Cervantes o de Quevedo, sin mencionar los
del rico costumbrismo español. Es verdad que la prosa de Alfonso Reyes tiene
algunos mejicanismos. Pero a la de Ortega no le faltan madrileñismos. Las dos
proclaman la unidad de una lengua culta que es –digámoslo con términos de
Andrés Bello– medio providencial de comunicación y vínculo de fraternidad entre
las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes. Ángel Rosenblat
Las verrugas del
idioma
Allá en la localidad
cacereña de Coria y delante de Ortega y Gasset, don Pío Baroja dejó para la
posteridad la prueba de su desaliño gramatical. “No hay cosa peor —protestó—
que pararse a pensar en cómo se dicen las cosas. Yo había escrito aquí Aviraneta
bajó de zapatillas y ahora no sé si se dice Aviraneta bajó de
zapatillas, bajó a zapatillas o bajó con zapatillas”. A don
Pío le preocupó lo justo la corrección gramatical. Al Instituto Cervantes,
alarmado por el deterioro en la calidad del lenguaje, le preocupa mucho. Por
eso acaba de publicar Las 500 dudas más frecuentes del español, un texto
cuyo título expone sin rodeos el propósito de sus editores. En los últimos
años, probablemente desde las filípicas de Lázaro Carreter, se ha extendido la
idea, un tanto extremada, de que el castellano es un idioma maltratado por sus
propios hablantes
(a diferencia del
inglés, maltratado generalmente por españoles y especialmente por alcaldesas).
Por eso menudean los libros sobre el español urgente; de hecho, el Instituto
Cervantes publicó el año pasado El libro del español correcto,
que fue un modesto éxito editorial. Nadie negará la importancia de evitar el
leísmo o el dequeísmo generalizado, las infames expresiones tales como el
equipo ganó de dos puntos o si me queréis, irse, los plurales del
impersonal haber en muchos
lugares o los usos
impropios del condicional. Los esfuerzos por extirpar las verrugas del idioma
siempre serán útiles, sobre todo si, como se deduce de la proliferación de
libros al respecto y de sus ventas, los ciudadanos están interesados en
expresarse con más precisión. Pero eso no es todo.
Porque los ácidos más
corrosivos del idioma son la falsificación de las ideas, la voluntad de ocultar
la realidad con las palabras o el circunloquio ambiguo. Mientras el hablante
dice lo que quiere decir sin dobleces, el idioma vive, aunque sea con
imperfecciones; cuando miente, inventa parodias (avance elástico sobre
la retaguardia) o insulseces (está desacelerando la tasa de desempleo),
el idioma languidece. Por cierto, la expresión correcta que buscaba don Pío es Aviraneta
bajó en zapatillas. ¿O no?
El
País, 2013
Poetas del 27
Ya están mayormente
alojados en la casa solar de los clásicos, donde a veces, algún que otro siglo,
hay huéspedes que pasan a ser estables. Son los poetas del grupo del 27, no de
la generación del 27, que es sinécdoque habitual y engañosa. Eran amigos entre
ellos, unos más que otros, dispusieron de un razonable “espíritu de clan” y se
autoproclamaron “nietos de Góngora" y legatarios del más inmediato Juan
Ramón Jiménez. Optaron de común acuerdo por instalarse en una tradición que
venía del modernismo y, un poco a instancias de La deshumanización del arte
de Ortega y Gasset, propugnaron inicialmente una poesía minoritaria y
aristocratizante, cuya pureza hiciera las veces de antídoto frente a las
contaminaciones de la vida cotidiana, incluyendo los barrizales políticos de la
dictadura de Primo de Rivera.
Pero nada de eso fue
demasiado perseverante. Los poetas del 27 acabaron desdeñando los excesos
ornamentales modernistas, se hicieron adecuadamente autónomos y prefirieron las
filtraciones impuras antes que las normativas asépticas. Algunos se inclinaron
por el neopopularismo, estilizando a su aire los aparejos realistas y, con los
años, probaron suerte en la contraria parcela del surrealismo. Otros pasaron de
la saludable aventura ultraísta a una suerte de neorromanticismo del que habían
sido eliminados sus recursos más parasitarios. La pretensión de originalidad
acentuó en muchos casos la versatilidad. A través de un eclecticismo de salón
llegaron a los volubles incentivos de la calle. Releer a estos poetas eminentes
vale tanto como refrendar en qué consistió el eje evolutivo de la poesía
española de los últimos cuatro o cinco siglos. Ahí está recuperada una
tradición y pronosticado un porvenir. Por lo que a mí
respecta, cada vez que
vuelvo a mis predilectos Cernuda, García Lorca, Guillén o Salinas, también
regreso con fidelidad emocionante a mi noviciado literario, cuando aprendía en La
realidad y el deseo, el Llanto, Cántico o La voz a ti
debida, en qué ignorado territorio de la estética estaba gestándose el
significado último de la poesía. Por supuesto que las escalas de valores no son
en este caso coincidentes, como no lo fueron –siempre ocurre así– las
afinidades
literarias de los
componentes del grupo, donde lo que prevalece a la larga son personalidades
aisladas y en ningún caso un conjunto homogéneo. Pero el núcleo operativo de
todos ellos, su poética razón de ser, resulta irrevocable.
En el frondoso terreno
de las vanguardias de entreguerras, los poetas del 27 constituyen un ejemplo de
correlación paulatina entre la vida y la obra. Si se toma como referencia la
frontera de la Guerra Civil, será fácil rastrear hasta qué punto los viejos
presupuestos minoritarios dejan paso a las tentativas de ir soldando con
indisputable libertad experiencia y literatura. Es algo que también podría
aplicarse a los grandes poetas latinoamericanos –Vallejo, Neruda, Huidobro– que
coincidieron con sus contemporáneos españoles en tantas conductas humanas y
literarias. Es cierto que cada uno asimiló a su manera y con desigual fortuna,
lejos de cualquier uniformidad, el legado recibido. Pero todos juntos supieron
enriquecerlo de manera admirable.
José
Manuel Caballero Bonald
A MÍ, DE ADOLESCENTE, ME PROHIBIERON LAS NOVELAS
Me llaman a
veces de los institutos de enseñanza media y yo acudo, no siempre con el mismo
ánimo, para explicar a los jóvenes que la lectura es ya una de las pocas
actividades transgresoras en una sociedad en la que prácticamente todo está
permitido. O, peor aún, en una sociedad que es muy permisiva con lo que se
debería prohibir y muy prohibitiva con lo que debería permitir. Les explico que
los lunes por la mañana, cuando salgo a pasear por el parque cercano a mi
domicilio, veo indefectiblemente rotos los cristales de una o dos marquesinas
de autobús y tres o cuatro papeleras arrancadas de sus soportes. Son destrozos
llevados a cabo durante el fin de semana por jóvenes que no son capaces de
expresar su malestar de otro modo. Odian el sistema y apedrean por tanto los
símbolos externos de ese sistema practicando un modo de delincuencia atenuada
que les compensa momentáneamente del dolor de vivir en un mundo sin salida, sin
horizonte moral o laboral, en un mundo loco.
Intento explicarles que lo que ellos toman como un acto
de rebelión fortalece al sistema hasta extremos que no podrían ni imaginar. La
sociedad, les explico, puede prescindir de otras personas, pero no de los
delincuentes. "El delincuente -decía Octavio Paz en un ensayo de juventud
-confirma la ley en el momento mismo de transgredirla". Les explico que
cuando beben cuatro cervezas y arrancan de raíz ese semáforo con el que yo
tropiezo el lunes por la mañana, están haciendo gratis algo por lo que les
deberían pagar. Estoy convencido, les digo, de que si un día, de la noche a la
mañana, desaparecieran los delincuentes, el Ministerio del Interior no tardaría
ni 48 horas en convocar oposiciones para cubrir urgentemente todas esas
vacantes.
El joven, pues, que el sábado por la noche se emborracha
y que al amanecer, antes de regresar a casa, llena de silicona la ranura de un
cajero automático para no irse a dormir sin haber contribuido a la liquidación
del sistema, no sabe hasta qué punto está contribuyendo a reproducir lo que
detesta. Ese chico no es peligroso; en realidad, es un funcionario que trabaja
gratis para el sistema. Destroza el mobiliario urbano con el mismo gesto de
rutina con el que el funcionario de Hacienda nos dice que volvamos mañana.
Cuando digo esto en institutos difíciles, aunque también
en los de clase media, los chicos se quedan lógicamente sorprendidos. Les
explico a continuación, porque así lo creo, que el joven verdaderamente
peligroso es aquel que un viernes o un sábado por la noche se queda en casa
leyendo Madame Bovary. Por lo general, no saben quién es madame
Bovary, pero he comprobado que les suena bien, por lo que no suelo
cambiar de título.
Ese individuo que se queda a leer Madame Bovary, les
aseguro, es una bomba. ¿Por qué?, noto que me preguntan con la mirada. Porque
la realidad, les explico, está hecha de palabras, de modo que quien domina las
palabras domina la realidad. Ellos dudan, claro, porque miran a su alrededor y
no acaban de ver la relación entre la realidad y las palabras. Entonces les
recuerdo el cuento aquel de Andersen, El
rey desnudo, o El traje nuevo del
emperador, según la traducción. Todos ustedes lo conocen. No me digan que
no les resulta sorprendente el éxito de ese relato si consideramos que se narra
en él la historia de un pueblo que ve vestido a un señor que va desnudo. Parece
una historia inviable por inverosímil, pero lleva años cautivando a niños y a
mayores de todas las nacionalidades. ¿Por qué?, me pregunto en voz alta delante
de los alumnos a los que intento convencer de las bondades de la lectura. Pues
porque lo que ocurre en ese cuento, respondo tras unos segundos de tensión
teatral, es lo que nos ocurre cada día desde la noche a la mañana a todos y
cada uno de nosotros: que salimos a la calle y vemos lo que nos dicen que
veamos. Si la orden de ese día es ver al Rey vestido, lo veremos vestido,
aunque vaya en pelotas. En otras palabras, vemos lo que esperamos ver. Y esto
es así de simple y así de espectacular. Las palabras son generadoras de
realidad. Y la ausencia de palabras también. Por eso invito siempre a los
alumnos a preguntarse hasta qué punto es real la realidad.
LA COHESIÓN TEXTUAL
Consiste en enlazar adecuadamente todas las oraciones del texto, lo cual dota de unidad al conjunto y convierte
una redacción infantil en una redacción madura Para ello, es necesario
usar adecuadamente los "elementos de cohesión textual", "marcadores discursivos", "ordenadores del discurso"..., entre los cuales
señalo los siguientes por ser los más utilizados, aunque hay muchos más:
Elementos de cohesión textual: los marcadores discursivos y ordenadores del discurso
- Los que expresan idea de suma (y, también, además, asimismo)
-Los que expresan una objeción a lo dicho previamente (aunque, pero, pese a que, sin embargo, no obstante)
- Los que expresan consecuencia (en consecuencia, por tanto, así pues, entonces)
- Los que expresan tiempo (cuando, luego, entonces, al + infinitivo, hasta que)
- los que expresan conclusión (en resumen, en definitiva, en suma, en conclusión)
- Los que expresan finalidad ( para que, para + infinitivo, para ello)
- Los que expresan causa (porque, pues, puesto que, ya que)
- Los que expresan una confirmación de lo dicho anteriormente (en efecto, ciertamente, sin duda)
- Los que ordenan lo que se cuenta (en primer lugar, a continuación, finalmente)
- Los que sirven para ejemplificar o explicar (por ejemplo, o sea, esto es, es decir)
-Los pronombres y adverbios relativos (que, el cual, la cual, los cuales, las cuales, donde, cuando, quien, quienes)
También los signos de puntuación utilizados adecuadamente son un elemento de cohesión textual.
Y recordad: tras la mayoría de los elementos de cohesión textual hay que poner una coma.
Práctica
Texto 1: Redacción escolar
Dos niños jugaban en el jardín, su madre descansaba en una tumbona,
encontraron un globo, uno de ellos comenzó a hincharlo mucho, salió
volando cogido al globo, pidió ayuda a su hermano, este fue a por
colchonetas, las colocó en el suelo, el hermano aterrizó, no se hizo
daño, la madre no se enteró de nada.
Texto 1: Corrección utilizando los elementos de cohesión textual
Dos niños jugaban en el jardín mientras su madre descansaba en una tumbona. Después de un tiempo, encontraron un globo y uno de ellos comenzó a hincharlo hasta que salió volando cogido al globo. Entonces, pidió ayuda a su hermano, el cual amontonó colchones y los colocó en el suelo. En consecuencia, el hermano pudo aterrizar sin hacerse daño. Afortunadamente, su madre no se enteró de nada.
ACTIVIDAD
Os dejo un texto de Naturales para poner los elementos de cohesión textual.
Texto 2: Redacción escolar de Naturales
La mayoría de las células de nuestro organismo son muy pequeñas, solo
pueden verse con microscopio, existe gran diversidad de tamaños
celulares. las formas son muy variadas, todas proceden de una célula
inicial, llamada cigoto, el cigoto se divide sucesivamente, las primeras
células resultantes del cigoto son todas iguales, se especializan en
una función específica, las células se agrupan formando los tejidos, los tenidos se agrupan en cuatro tipos: epitelial, muscular, nervioso y conectivo.
Texto 2: Corrección utilizando los elementos de cohesión textual
La mayoría de las células de nuestro organismo son muy pequeñas, por lo cual solo pueden verse con microscopio. No obstante, existe gran diversidad de tamaños celulares y sun formas son muy variadas, si bien todas proceden de una célula inicial, llamada cigoto. El cigoto se divide sucesivamente y, aunque las primeras células resultantes son todas iguales, sin embargo, se especializan en una función específica. Además, las células se agrupan formando los tejidos, los cuales, a su vez, se agrupan en cuatro tipos: epitelial, muscular, nervioso y conectivo.
Ahora el texto de Naturales se entiende mucho mejor, ¿verdad?
LA COHERENCIA TEXTUAL (Copiado de Internet porque me gustó pues es sencillo y claro)
La coherencia es la propiedad del texto que permite que sea interpretado como una unidad de información, percibida de una forma clara y precisa por el receptor. La coherencia se construye mediante la selección y organización de la información, y por el conocimiento que comparten el emisor y el receptor sobre el contexto o la realidad que les rodea.
Es decir:
- Selección de la información. Elegimos lo que queremos decir o escribir y lo que no, teniendo en cuenta el tema del que tratamos y lo que pretendemos comunicar.
- Organización de la información. Tenemos muchas ideas en la cabeza, pero, después de seleccionar lo necesario, hay que organizarlo de alguna manera para que el o los receptores de nuestro texto comprendan qué queremos transmitir.
Para conseguir la coherencia textual hay que tener en cuenta:
• La unidad temática. Todos los enunciados giran en torno a un tema, es decir, se relacionan unos con otros y no debe haber contradicciones.
Observa el siguiente texto:
* El día comenzó con un cielo despejado. Había todavía charcos de agua de la lluvia del día anterior. La carretera estaba desierta y la chica abrió su bolso y sacó la llave. Nadie sabía qué ocurría en la casa. Había algunas nubes, pero el ladrón siguió trepando por la pared. Así que terminé la cena y me puse a ver la tele.
Como es evidente, carece de unidad temática porque resulta imposible identificar de qué trata: ¿Un parte meteorológico? ¿Una mujer perdida en una carretera? ¿Una historia de misterio? ¿Un robo? ¿Un día en la vida de un adolescente?
• Una estructura interna lógica. Las ideas aparecen ordenadas y jerarquizadas; deben seguir algún criterio de ordenación, por ejemplo, hay ideas más generales o importantes que otras.
• Corrección gramatical y léxica. Se consigue mediante:
- El significado apropiado de las palabras: no debe haber contradicción entre el significado de las distintas palabras que aparecen relacionadas.
- El uso correcto de nexos y enlaces oracionales: estos elementos tienen como función unir palabras u oraciones (conjunciones, preposiciones, locuciones).
- La ausencia de expresiones incoherentes, denominadas anacolutos: consisten en la falta de coherencia en la construcción sintáctica de los elementos de una oración (sujetos falsos, errores de concordancia, incorrecciones léxicas, etc.) Se consideran anacolutos las construcciones del tipo:
Sujeto falso: * Yo me parece que no voy a ir1.
La forma correcta es: A mí me parece que no voy a ir. ( Y "a mí" no es el sujeto, porque no concierta con el verbo en persona.)
Errores de concordancia: * En la fiesta hubieron muchos invitados.
Lo correcto es: En la fiesta hubo muchos invitados.
* A tus amigos le gusta el fútbol.
Debe decirse: A tus amigos les gusta el fútbol.
Incorrección léxica: * La fotosíntesis es cuando una planta utiliza la energía de la luz para transformar la materia inorgánica en materia orgánica.
Se debe decir: La fotosíntesis es el proceso por el que una planta utiliza la energía de la luz para transformar la materia inorgánica en materia orgánica.
Podemos resumir lo que hemos dicho con el siguiente cuadro:
COHERENCIA
Textos orales y escritos
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INFORMACIÓN
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TEMA
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ESTRUCTURA
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CORRECCIÓN
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- Seleccionar lo que queremos comunicar.
- Organizar la información de acuerdo con nuestro propósito.
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- Unidad temática de todos los enunciados. Un eje temático, sin desviarnos de nuestro objetivo.
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- Lógica de los enunciados, sin que existan contradicciones.
- Orden y jerarquía de las ideas, desde las más generales a las particulares.
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- Gramatical: hay que tener en cuenta las normas gramaticales de la lengua empleada.
- Léxica: debemos emplear un léxico, variado, preciso y adecuado a la temática del texto.
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ELEMENTOS DE LA COHERENCIA TEXTUAL (Resumidos por mí)
- Tema central.
- Progresión temática.
- Enunciados que no se contradigan entre sí.
- Cohesión textual a través de los elementos de cohesión textual (conjunciones, marcadores discursivos...) y la correcta puntuación del texto. La cohesión textual contribuye a la coherencia del texto.
Documento sobre la coherencia y la cohesión textuales con ejemplos comentados:
https://docs.google.com/document/d/1m2nhM7qYP5Q1n-YHC4RxOicNTbzGmtOEw7Gp96SqSVE/edit?usp=sharing